Vladimir Rothschuh
Clara Brugada estudió
economía en la Universidad Autónoma Metropolitana, entre sus cursos llevó
Materialismo Dialéctico, ahí tuvo que descubrir lo que Marx llamaba utopismo acerca
del socialismo francés de Proudhon, Saint-Simon y Fourier que fomentaban para
bien de la clase trabajadora la
abolición de las formas de esclavitud perpetradas por la propiedad. El Materialismo Dialéctico como lo estudió Brugada desde la perspectiva marxista iba en sentido
opuesto al humanismo de los socialistas galos. Si para ser socialista se requería tener algo
de amor por el prójimo o filantropía, obviamente Marx careció de habilidad
empática demostrada en la correspondencia que mantuvo con Proudhon, en las
actitudes hacia su suegro, la penosa historia de su criada y la heredada
vivencia de su yerno cubano. La filantropía del socialismo francés tenía semejanzas con un nuevo humanismo
distinto al acuñado por Cicerón y siglos después por Erasmo de Rotterdam y que
en el primero apuntaba a la civitas y en el segundo al cristianismo primitivo.
Utopía, humanismo, filantropía son transformaciones (República platónica) que
van en la misma dirección, pero es la Escuela de Frankfurt en el siglo pasado y
radicalmente de izquierda quien le da un giro al Materialismo Dialéctico
señalando que éste no es lo opuesto al utopismo sino la identidad de la
ideología: lo que el hombre jamás podrá concretar es la ideología, lo
alcanzable es la utopía que es un lugar
en ninguna parte como lo asimiló Thomas Moore a partir del nuevo mundo
vespuciano que como Colón iba tras la Tierra Prometida para los judíos
perseguidos en la Península. La economista Clara Brugada acentuó ese aquí y
ahora de la Utopía en un programa social que cambió radicalmente el rostro de
una de las demarcaciones más pobres de la Ciudad de México, lo distópico ante la
alcaldesa de Iztapalapa era la invisibilidad, la deshumanización y la carencia
de empatías provocadoras de un modelo socioeconómico con marcada violencia.
Marx se vanagloriaba de haberle dado vuelta a Hegel para ponerlo con los pies
en la tierra cuando ciertamente la disputa contra el utopismo fermentaba su
propia descompensación con la ideología que caracterizó al estalinismo y sus promesas, siempre promesas
de que en algún futuro el socialismo sería alcanzado en la URSS valiendo su
sacrificio. El presidente López Obrador habló tiempo atrás en la coyuntura de
la economía moral, de los errores de los
gobiernos de izquierda que perdieron el perfil humano de sus ejercicios
públicos logrando economías del malestar y no del bienestar o de la felicidad. Con
una docena de utopías consiguió en Iztapalapa la economista Brugada horizontalizar
la cultura, el deporte, el entretenimiento, la movilidad, ahí donde la pobreza
social jalaba hacia abajo, logró detener el flujo gravitacional hacia un
horizonte común para todos y sin distingos. Hoy dice Brugada “el Humanismo
Mexicano es el modelo de gobierno que nos guía para construir el segundo piso
de la 4T, con una sociedad igualitaria, donde todas y todos ejerzan sus
derechos en libertad”. La Ciudad de México se concibió como una utopía conforme
los modelos del Renacimiento: Europa podrida por su religión, sus Reyes y sus
latifundistas, echó a perder el origen del cristianismo. México simbolizaba la
Utopía alcanzada y así lo vivió bajo los erasmistas flamencos que llegaron y se
rebautizaron como Gante, como Ayora, como Tecto, como Motolinía, fundando
espacios para las artes y la educación de los naturales, dejando atrás la
pobreza espiritual europea. La Ciudad de México no fue reconocida como esa
Atlántida de Platón porque los relatos de los portugueses que llegaron primero
a Sudamérica obviamente no atendían entre los naturales del Orinoco lo que
simbolizaba la “venezia mexicana” con agua dulce y salada sumada la
magnificencia de su arquitectura. De ahí que el topo de Moros sea esa isla de
ninguna parte, idealizando otra Inglaterra, pero que en realidad ya existía y
se llamaba Tenochtitlán. El utopismo de Proudhon, Saint-Simon y Fourier como filantropía,
como humanismo, cuaja de una manera novedosa en México del siglo XXI sumando
tres transformaciones previas traicionadas, pero esencialmente tópicas a
´partir del cristianismo primitivo de 1524 emprendido por los franciscanos
erasmistas y aniquilado en 1572 por el clero secular católico. Las utopías de Clara
Brugada testimonian el humanismo mexicano que el presidente López Obrador pudo
edificar y que Claudia Sheinbaum denomina el basamento o primer piso para la
subsecuente transformación nacional.