Por Vladimir Rothschuh
El proyecto de nación de
Claudia Sheinbaum sumará las reformas constitucionales recién proyectadas por
el presidente López Obrador y las hará patentes cuando lance su programa de
país. Abrazar dichas transformaciones laborales, electorales, judiciales,
pensiones, derechos animales, medioambiente, etnias, sanitaria, habitacional,
jóvenes, movilidad, campo, drogas y
presupuestal, harán de la campaña electoral de Sheinbaum un sano ejercicio
plebiscitario. Es volver a consultar a los mexicanos cuál proyecto de nación
desean. Tercera consulta popular ulterior al 2018 y 2022, ahora con una
proyección transexenal. El primer ensayo de plebiscito ocurrió después de
muchas décadas que los mexicanos demandaron una garantía democrática para poder
deshacerse de lo que no dio resultados sin nadie de la partidocracia los
escuchara, sin que nadie de la clase gobernante atendiera esa exigencia moral de que un producto fallido asume garantía
y puede devolverse. En el 2022 el presidente López Obrador rompe esa abominación
antidemocrática y ofrece su mandato a una consulta popular para que los
mexicanos dijeran si respaldaban las transformaciones emprendidas, entre ellas once
constitucionales, o si debía irse a su casa. Los partidos opositores negados
históricamente a cumplir esa garantía democrática a los mexicanos, lucharon por
obstruir el proceso de consulta porque veían un ejercicio venezolano para
instaurar una dictadura; con ese aval popular López Obrador no se marcharía de
Palacio Nacional. Hubo una campaña negra que envolvió penosamente al INE, pero quince
millones de mexicanos salieron a sufragar para que el 92 por ciento de los votantes
dijera que la Cuarta Transformación de López Obrador merecía continuar en la
Presidencia de la República transfigurando a México. Las oposiciones
conservadoras muy dueñas de su verdad absoluta fueron el esperpento público y de una ingrata soberbia para emprender la autocrítica
de sus derrotas. El remache final llegó cuando López Obrador imprimió su
ejemplaridad acabando con el tapadismo para renovar el estilo sucesorio por uno
terso entre las corcholatas que podrían sucederlo una vez concluido su sexenio.
La vuelta de hoja democrática se tornó de pánico entre los conservadores:
ninguna de sus hipótesis contra López Obrador habían acertado, sin que sus
dirigencias empresariales y partidistas tuvieran humildad, optando por la altivez
autodestructiva. Ningún partido político, ninguna cámara empresarial, ningún
consejero electoral, ningún ministro de la Corte, llamó al orden enmendando equívocos. En el 2024 el aliancismo
conservador que no vio una en los comicios estatales, ni en la intermedia
legislativa, redunda en su auto execración
con los idénticos personajes y las equivalentes impericias. La expresión del
desacierto es denominar al presidente López Obrador candidato en todas
alcaldías, en todas las diputaciones, en todas senadurías, en todas las
gubernaturas y en la presidencial, porque el paquete de reformas sociales lo
ponen en el centro del sumario, obviando que a esto se le conoce como
plebiscito: la democracia testea el mandato del Jefe de Estado y facilita a los
ciudadanos decidir el rumbo. En el 2000 los mexicanos votaron contra Zedillo,
en el 2006 Fox y Calderón cometieron fraude para sostener lo insostenible
frente a Peña Nieto y que en el 2018 los electores sancionaron como procaz
corrupción prianista. El 2024 lo plebiscitario volverá como en los pasados
ejercicios presidenciales, debido a que
los mexicanos harán un recuento
en las urnas del mandato de López Obrador a través de una de sus mejores
figuras, Claudia Sheinbaum, que encarna
honradez, educación, continuidad, innovación y profundización de la
Cuarta Transformación. Tan es así que la candidata presidencial de Morena
apadrinó las reformas constitucionales adelantando que serán parte del proyecto
de nación que presentará el 1 de marzo, cuando inicie su campaña en el Zócalo
de la Ciudad de México.