Vladimir
Rothschuh
Joseph
Proudhon estaba en contra de los uniformes de curas y militares, provenían del
cesarismo togal que enmarcó la corrupción de la república romana. Al ministro presidente
electo de la SCJN lo critican por abolir la toga en el pleno de las salas,
cuando más bien retoma la exigencia de un socialista francés temeroso de toda
persona que se uniformara para ejercer sus servicios como eran los dos grandes
grupos que arruinaron la humanidad, castas sacerdotales y militares. La otra
historia la hace desde México el presidente de la Suprema Corte con su adelanto
de que no usará el camisón ciceroniano
sino que desacralizará la falsía del
encumbrado ministro proxeneta cuya legitimidad se disfrazaba de oscuridad para
impartir justicia entre sombras. Y antes que trasponga la ley que obliga a los
ministros a togarse, los paisanos senadores del oaxaqueño Aguilar, le aplanan
el camino echando abajo la ley de la obligatoriedad togal. El uniforme que debía representar la imagen del servidor
público, el militar, el cura, la enfermera, el médico, enmarcaban los atributos
de su oficio que obligaban a hacer a un
lado lo personal. Ningún ministro de la SCJN asumía su uniforme de
representante público, en cada sesión se disfrazaba para cometer lo opuesto de
sus obligaciones. Hugo Aguilar le quita la uniformidad al Pleno de Ministros,
retribuye desde la vestimenta informal el nuevo sentido de justicia alejada de
los negocios privados, porque lo que debía ser público en el simbolismo del
togado de la vieja SCJN era promiscuo; ahora lo presuntamente personal de la
indumentaria vuelve al ministrado, público. Efectivamente la toga a los ojos de
Proudhon encarnaba siglos de autoritarismo en contraposición a su proyecto
social anarquista; la toga para el ministro presidente electo ejemplifica cinco
siglos de corrupción en la impartición de justicia, desacralizar los procesos
de justicia en el seno de la SCJN, también es el nuevo humanismo mexicano en
contraposición al cristiano de crueldades virreinales.