Por
Vladimir Rothschuh
Todos
los fines de semana, la niñez suele engrosar las giras de la Presidenta. Y como una madre
implacablemente precavida, quiere niños y niñas sanas, fuertes y educadas, recayendo
sobre ella la interrogante de esa infancia que le dice ¿Presidenta, por qué nos
quitó el azúcar en las escuelas? La candidez de la duda obligó a la doctora
Sheinbaum a obtener demostraciones
certeras e invitó a su titular de Salud a que le explicara a ella y a las mamás
las razones para reducir su consumo. El
doctor Kershenobich expuso el circuito de la insulina y el sobrepeso. Hay una
aceptación común: el azúcar natural o morena no hace daño, es un alimento
nutritivo que contiene muchos minerales y vitaminas, tristemente el previo o
melaza obtenida de la molienda de la caña se destina para engorda de animales: huele
bien, sabe bien y se ve muy bien. La industrialización vino a acabar con lo
nutritivo del azúcar original o morena porque la vida moderna se volvió pulcra,
a tal grado que muchos prebióticos y probióticos que antes se consumían con la tierra
de las legumbres, hoy dejaron de existir por la asepsia requerida en el TMEC. Nuestros
ancestros mexicanos tenían un dios que se llamaba Tlaltecuhtli también reconocido como Pejelagarto y que representaba la tierra. El presidente
López Obrador una vez en Acapulco atendió a una familia que lo conmovió porque
hacia “té de tierra”, pensaba que era parte de la pobreza y lo que nunca
lograron explicarle los antropólogos, fue que el “té de tierra” forma parte de la cultura ancestral vinculada
al Dios Pejelagarto. A la fecha muchos campesinos al labrar la tierra se mojan
sus dedos con saliva y besan la tierra y vuelven a llevarse a sus labios sus
dedos terrosos porque están haciendo un culto al dios de la productividad de
sus cosechas. Así el azúcar no es mala como tampoco es mala la sal, siempre y
cuando no sean procesadas porque al blanquearlas pierden sus valores
nutricionales. Si la industria dulcera usara azúcar volveríamos a nuestros
alfeñiques, lamentablemente utilizan mieles derivadas que como la hidrogenación
del aceite de palma, daña nuestros órganos y tejidos. Todos los endulzantes de
las golosinas vendidas en las escuelas, mercados y tiendas, son edulcorantes
baratos que ayudan a los empresarios a reducir costos con efectos colaterales
graves para la salud pública y privada. Paralelo a los datos de Kershenobich
sobre la obesidad y la diabetes, hubo un anuncio monumental de Martí Batres:
los oaxaqueños tendrán un hospital regional del ISSSTE completamente nuevo con tecnología
de punta y al que la presidenta Sheinbaum ha dado su aprobación. Tendrá una inversión de tres mil millones de
pesos, dará nuevos empleos a cientos de lugareños y atenderá regionalmente a
Puebla, Veracruz y Chiapas. Ahí irán a ser atendidos todos aquellos que sufren
las consecuencias de la industrialización alimentaria cuyas enfermedades se
llaman cáncer, diabetes, obesidad, infartos y que representan el gran total del
gasto público nacional. De ahí que Batres también insista entre los derechohabientes del ISSSTE, en la
prevención y que la presidenta Sheinbaum busque atajar desde la infancia en las
aulas con una educación alimentaria que llegue hasta la familia para cambiar
hábitos alimenticios que dañan nuestra salud. Romper el círculo vicioso de mala
alimentación industrializada que ocasiona enfermedades prevenibles,
indudablemente permitirá a la presidenta Sheinbaum destinar recursos para los programas
sociales del Bienestar o la instrucción pública.