Por Vladimir Rothschuh
“La paz es tan inmoral
como la guerra”, resuena con igual vigencia hoy día como a mediados del siglo
pasado en que R. G. Bell lo expuso en su libro “Alternative to War”. Aquí
descansa la estrategia de la Cuarta Transformación con su capacidad moral sobre
el binarismo de buenos y malos que tiñe de sangre las ficciones supremacistas
del conservadurismo. La presidenta Sheinbaum presidió la reunión ¡50! Del Consejo
Nacional de Seguridad Pública, cuestionando el cinismo de la narrativa vacía que
desatiende las causas de la criminalidad y que obviamente engendra el modelo
económico y sus agentes políticos volcados en el enriquecimiento familiar y las
fruslerías del encargo. Si el gobernante es pillo, sus gobernados lo imitan
porque es el modelo máximo que los representa. El lema pacifista del
calderonismo retomado por Xóchitl en su campaña y cuestionado por Sheinbaum fincaba en la narrativa conservadora de la
simpleza paz – guerra, cuya inmoralidad máxima la percibimos en Ucrania–Rusia,
Israel–Palestina y en Trump–Migrantes, cuya paz y sus sinrazones rayan en la
inmoralidad señala por Bell. La paz que conocemos, señaló alguna vez el
presidente López Obrador, es la de los sepulcros encalados con la guerra
calderonista. El hambre y la sed de los mexicanos no eran por más armas, ni más
sangre, sino por el bienestar de cada familia atendiendo el abandono de las
causas sociales que los orillaban a delinquir. Atender las causas permite a la
Presidenta de los Mexicanos, Claudia Sheinbaum, decirle a Trump que las
enfermedades de su modelo económico nos ensucian y arrastran en sus demandas de
narcóticos y comercio de armas. Eso hacia fuera, porque hacia dentro, la
presidenta Sheinbaum ha vuelto a desempolvar la Cartilla Moral y clavado en la
pared de las oficinas públicas el decálogo de los humildes y justos, sin la
mojigatería de los fatuos golpes de pecho. Como se los dijo, cuando éticamente se apartó de Morena, invocando la
honrada medianía juarista, dos meses después vuelve a acentuarle a su Gabinete
y subsiguientes niveles de gobierno, el apremio de regenerar constantemente el
discurso moral en los hechos del servicio público. Cualquier estrategia será
inmoral si persisten los vicios de la
corrupción pasada. La sola creencia de que como Mujer la Tonantzin de Palacio
Nacional disculpará nuestros yerros, es apostarle al patriarcado dominante de los
últimos cinco siglos. Y que Bell interpretó en la ética anglicana y no en la
narrativa supremacista del macho histórico, como sucede apenas hace unas
décadas, en el binarismo del depredador
guerrero y pacifista dadivoso.