Vladimir
Rothschuh
El
nepotismo durante el porfiriato, maderismo y carrancismo curó en décadas
posteriores a la clase gobernante para tener cierto decoro en la cosa pública.
Pero otra vez se confundió al gobierno con un inmueble, rancho o baldío. No hay
que ir lejos y mejor hablar de tiempos vigentes, los hermanos Moreira
irrumpieron violentando las reglas que el ex Partido de Estado resguardaba
celosamente, superados en creces por los zacatecanos Monreal, donde tampoco se
quedó atrás Peña Nieto imponiendo a su primo Del Mazo en la gubernatura
mexiquense. Sin el viejo PRI de que las formas eran fondo, los desheredados
tricolores rompieron los mandamientos. La presidenta Sheinbaum se asquea con esa pudrición
malversando los encargos públicos y emprendió una reforma que los nepotistas de
San Lázaro obstruyeron por consabidas y consanguíneas razones. Lo que derramó
esa copa fueron las herencias de los salientes gobernadores de San Luis Potosí
y Nuevo León a sus esposas, que no sus mujeres, porque tienen otras. Si mal se
ve que el hermano, el primo, el cuñado, el tío, el amante, el entenado, la
abuela, el sobrino, la ahijada y hasta la viuda hagan de la administración
pública un botín, iguales quedan los maridos que se tomaron a pecho de que es
tiempo de mujeres. Pero redactar una legislación para heredarle la silla de
gobierno a la esposa revive un debate agotado hace cinco mil años: las esposas
no heredaban ni la casa, ni las joyas, ni la tierra, sino los hijos varones. Y
si no había hijo aparecía el “levirato”, cosa que oteando a Nuevo León,
ciertamente que el gobernador es padre de una niña y no de un niño. Contraste
de las ambiciones primarias que el hijo de Colosio reclamaba como lo hicieron
con exagerado ahínco las viudas colosistas al son de “La Culebra”. Y ese es el malestar
que le duele a Luis Donaldo Jr., porque ni antes y menos después le tocó, ni le
tocará. En la homilía del Vaticano, era
justo que los nipotes o sobrinos se sumaran al concilio aun cuando el Papa
tuviera amantes y descendencia. Para Gallardo y García, nadie mejor que la
esposa heredando el trono y ellos vistiendo el envés de las enaguas como damos
potosinos y regios; escenario siquiera imaginado por los Moreira, los Peña del
Mazo y los Monreal. Sin embargo, en la Ley Esposa esgrimida por secuaces regios
y potosinos, descansa La Ley Manzo: la viuda del alcalde michoacano como esposa
hereda el poder político tal si fuese un patio de limoneros o de aguacates. Y
qué es lo que sostiene Samuelito: que quienes hicieron a la viuda comadre fueron
los guinda. ¿Entonces por qué lo que es fiesta del velorio, en su caso es
borrachera? Ni Samy, ni Ríchard, necesitan morirse para que sus señoras sean las
Grecias de sus terruños. El sinsentido va mal por cualquier lado que se mire,
inclusive la vuelta inglesa que no escapa a lo perentorio de la innovación de
estos tiempos de consanguinidades políticas y confusiones de las mujeres al
poder.
