VLADIMIR ROTHSCHUH
*Legitimidad y legalidad
*Subirse al caballo
*Renovación moral
Legitimidad es la palabra que pendula en todos
los primeros años de los ejercicios presidenciales mexicanos y ningún Primer
Mandatario ha escapado en su sello personal a darle contenido a las formas en
que arribaron a la máxima investidura nacional, eso incluye a los Presidentes
emanados bajo el Partido de Estado como los sucedidos en la transición
democrática y sus alternancias. López Obrador no es un caso aparte sino la
consumación y alambicado de medio siglo atrás en lo bueno y recuperación del desperdicio del
ascenso a la Presidencia de la República. Este 15 de septiembre el presidente López Obrador
reconstruyó desde el balcón de Palacio Nacional la autoridad singular que la
Revolución Mexicana creyó darnos con sus instituciones cuando repitió el mantra
por casi un siglo de que ‘ya no hacían falta hombres ante nuestras
instituciones fuertes que los superaban’. La actual transformación de México se
sustenta, sella y consolida en una figura quizá con parangón en Benito Juárez,
no así ni en los vicios públicos y privados de Madero y Cárdenas, con los cuales
ha marcado distancia el presidente López Obrador, superando en creces al
fenómeno que echó al PRI de Los Pinos con un bono democrático espectacular y
que en cuestión de meses tiraron por la borda la corrupción foxista, prianista
y el boato del nepotismo.
El eslogan asiático de que si es un arte subirse al
caballo es más arte mantenerse en la silla y bajarse a tiempo, lo ha refrendado
López Obrador corrigiendo las pequeñas pecatas del poder presidencial acumuladas por décadas y expresadas hasta el paroxismo de la corrupción prianista cuando se
turnaron el poder presidencial para mal y malas, de ellos y de los mexicanos. Legitimar
el poder presidencial es un cuadrivio en cuyo centro destaca hoy por hoy la
figura del presidente López Obrador y en cuyos hemisferios sobresalen las
ilegitimidades de Carlos Salinas y de Felipe Calderón intentando autoridad en
sus proyectos hasta la destrucción del país por sus malas obras, pero
concordando con los otros dos hemisferios de legalidad democrática ganada en
las urnas como lo fueron Fox y Peña, hasta la consumación estulta de sus
mandatos por las frivolidades del presidencialismo.
La autoridad y la
legitimidad de López Obrador se enfrentan a esos cuatro residuos de la
transición transada y de la alternancia vilipendiada por el poder presidencial
mismo: Salinas y Calderón como espurios; Peña y Fox como legales,
convergieron en una resolución: sus gobiernos traicionaron el sufragio popular
y naufragaron en los lixiviados de sus corrupciones. El presidente López Obrador ha podido
exorcizar esos fantasmas del presidencialismo mexicano comenzando a deshacerse
republicanamente del origen de esa maldad personificada en Los Pinos y de
los centuriones que abonaron la putrefacción democrática con el secuestro de la
agenda y de la figura del Primer Mandatario de la Nación. Pero no bastó
deshacerse de los oropeles físicos del presidencialismo decadente, sino que
hacia dentro de su gabinete impuso la férrea ley que mantiene a raya a todos y
cada uno de los Secretarios, convertidos por décadas en jueces y partes de la inmoralidad pública que
sexenio tras sexenio le agarraban la pata a la res pública en una especie de
putrefacción compartida desde el Jefe de Estado hasta los mandos medios
inferiores.
Esa postal la pinceló demasiado bien el presidente López Obrador
saliendo al balcón de Palacio Nacional libre de la parasitosis ideológica,
partidista y sistémica que identificó la pompa y corrupción del Estado Nacional
con sus actores. Todos, absolutamente todos los adversarios se rindieron la
noche del 15 de septiembre ante la humildad juarista de López Obrador en lo que
perfectamente puede denominarse ‘El Nuevo Pacto Político Mexicano’. La tarea refrendada en los signos y hechos
del Grito lopezobradorista encierra los riesgos hacia su persona, ya no por los
conservadores y reaccionarios, sino por sus colaboradores que dejaron de ser el
‘inner circle’ para engrosar la plantilla administrativa apegada a la medianía
republicana, que ojalá, los nuevos valores de la Constitución Moral cuajen a la
brevedad como la vacuna que contenga a futuro el regreso balzaciano de la
condición humana, demasiado humana detallada por Lord Acton.
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