CLAUDIA REBASA

 

 



Vladimir Rothschuh

 

La presentación del Plan México en el Museo de Antropología fue una pasarela donde desfiló una sola figura que es la Presidenta de México y la Jefa de Gabinete, donde  los personajes de sus secretarías se iluminaban ante sus gestos, atenciones, calidez y tibieza. La presidenta Sheinbaum placeó un triunfo doméstico frente a la clase política mexicana, pueblo y empresarios: mientras el planeta sufría en el día de la liberación de Trump, los mexicanos celebraban los detalles del brocado que supo tejer la Jefa del Estado mexicano con Donald Trump. Todas las subordinaciones que afines y conservadores levantaron sobre su mandato presidencial se esfumaron antier en un santiamén: Claudia Sheinbaum fulgura por luz propia y desborda los legados que se le fabricaron en torno de su ejercicio público. Su victoria es casi el día de su liberación política  sobre los extremismos de izquierda y de derecha que se frotaban las manos viéndola sucumbir ante los aranceles del mandatario republicano. Incólume y poderosa, su estilo no pierde la humildad que provoca la sencillez de la palabra, sus ademanes y otras expresiones contrarias a los usos y costumbres patriarcales que intentaron acotarla desde el Senado, en la Cámara Baja, en diversas secretarías, en Morena, en la transición judicial, entre los gobernadores, empresariado y en especial, entre las oposiciones. A diferencia de los machos que degustan señorear su testosterona con altanería y aspavientos, la presidenta Sheinbaum se muestra sinuosa y delicada  apretando de un lado, aflojando de otro sin llegar jamás a la altivez grosera de castigar duramente las zancadillas, obstrucciones e irrespetos a su investidura: curiosamente repetía mucho en las negociaciones con Washington “a México se le respeta” y México es Ella decantada en todos nosotros. A ningún diputado, senador, secretario o secretaria, embajador, director, divisionario o marino, dirigente local o nacional, lo ha sancionado despachándolo a su casa y menos descobijado en público; a todos ellos como una generosa y maternal educadora, los reencausa en sus deberes y obligaciones públicas. En seis meses pulió sus maneras, rebasó a su mentor, disciplinó a palomas y halcones, sin exceder su poder o inflamar el absolutismo de tiempos remotos. Es la Presidenta que en zapatillas y con enaguas administra la casa,  remoza por dentro y por fuera una vitalidad mexicana que a propios y extraños seduce: es la líder  número uno del mundo. Los 18 puntos del Plan México los tenía prefigurados la Presidenta desde sus cien puntos de campaña, recabados en el PND y depurados desde los primeros amagos de Trump y que fue refinando entre sentencia y sentencia adversa del republicano, yendo a la par su manera de negociar de tú a tú, la bipolaridad del magnate hasta favorecer regionalmente a América del Norte: pues de suyo es la imantación positiva a los canadienses y estadunidenses que no habrán de pagar los costos que atrae la simetría arancelaria global. Mucha Presidenta decían sus allegados cuando reclamaban para ella lo que hoy le vasta y colma aquí y en todos lados; resta conocer la maduración de su estilo frente a los cinco años y medio que tiene por delante su mandato.