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Vladimir Rothschuh
Igual que en un cuento popular, “hubo una vez” una chica que se llamaba Claudia Sheinbaum, pero había también un Mago que selló el destino de la doncella y se llamaba Manuel López Obrador, etcétera y un laaaargo etcétera. Porque de esto se trata la sucesión presidencial de México en 2024 y de la sucesora del mandatario en turno. Es la referencia de un proceso civil formativo amplio, de la inversión en un programa de país y de la ruptura histórica en la tradición política nacional: formar y educar a una mujer en esencia distinta de la hegemonía masculina. Y vaya la convergencia selectiva del Merlín mexicano hacia un cuadro previsto, cuidado y seleccionado como esas frutas del trópico en la temperatura exacta y a la sombra exacta. El Mago de nuestra historia cumplió los deseos de siglos y acendrados en los momentos unitarios regionales: lograr la vieja fusión neoplatónica de un científico, con un político honesto que diera como resultado ese anhelo que permitiría dar el salto de nuestro criollismo violento y matrero a un esplendor que se vislumbró en diferentes momentos de los siglos XVI, XVII, XVII, XIX y XX referenciado éste para nosotros en los cincuenta y sesenta del siglo pasado como Milagro Mexicano. Y es a partir de aquí cuando vamos a contar este cuento de que hubo una vez un país llamado México que ambicionaba dejar atrás el arado y los bueyes para inscribirse en la transformación primero ética, luego económica y derivado, social. A la inversa era imposible pero lamentablemente así ocurrió en el trastocamiento de los objetivos gráficos hacia un porvenir sostenido en “primero las instituciones y luego los hombres”, jamás las mujeres. Teniendo instituciones sería fácil administrarlas pero esas instituciones se crearon sobre una base permeable a la degradación de dichos valores, comúnmente denominada corrupción y burocracia. El trazado no se finca en los neoliberales, es fundacional. Todo el Siglo XX, como el XIX, estuvo invadido de tentativas trascendentes sobre la insularidad parroquial, porque la refundación del país jamás se movió un ápice de esa llamada visión del altiplano: México desgraciadamente bautizó a una diversidad geográfica y cultural, su identidad puede irradiar en un denominador común para una territorio determinado: París no denomina a Francia, Londres no denomina a Inglaterra, ni siquiera Roma a Italia. Pero México se volvió corazón, cerebro, estómago, ombligo, de un vastísimo espacio al que costó darle unidad entre los visionarios progresistas en 1824, 1836, 1843, 1857 y 1917. Fundacional el desafío, igual fueron apareciendo las ambiciones personales, de camarillas, de facciones y las repúblicas se desgranaron en nada de lo que fijaban los rumbos de las cartillas constituyentes. A México se le intentó acrisolar como Federación, no funcionó. Ser parisino no es lo mismo que francés, ser londinense no es lo mismo que inglés y ser mexicano adquiere un perfil semejante pues suma a las cortes europeas y a la corte mexica con sus rituales, sus gustos, pasiones, manifiesto hasta el día de hoy afortunadamente. De ahí proviene el malestar despectivo de la periferia hacia los Señores del Agua, los mexicanos y que el conservadurismo en algún un momento rabioso conminó a matar a los chilangos para hacer “patria”. Nuestra historia periférica es la de llegar a ser otros, la independencia vino del sur, la revolución del norte. El hubo una vez narrado al principio de este texto se gesta en estos meandros de país, nación, patria, Estado, porque en ninguno de esos momentos se ufanó el poder dominante en prever su temporalidad (aquí excluyo el Nuevo Príncipe de Gramsci del PNR debido al maximato) puesto que al voltear a ver hacia el siglo pasado de instituciones, no hay algo semejante a lo sucedido entre López Obrador y Sheinbaum, debido a que las sucesiones fueron imposiciones, zancadillas, magnicidios, fuego amigo, urdimbre que dibujó la estampa del Parricidio: Echeverría se le impuso a Díaz Ordaz, López Portillo a Echeverría, De la Madrid a López Portillo, Salinas a De la Madrid, Zedillo a Salinas, Calderón a Fox y Peña Nieto es la conclusión provinciana y frívola de un Toluco. Es inaudito, salvo si creyésemos en las reencarnaciones o en el destino del ADN (Sapolsky) diríamos que López Obrador más que la síntesis del alma nacional, es la reencarnación de esos personajes que transformaron la Nación impidiendo que se le repitieran los vicios políticos presidenciales: la agenda pública la dominó en las mañaneras, derrotó moralmente a los conservadores, impidió que cada miembro de su gabinete estuviera por encima de su ética e investidura, proyectó una amplia red de infraestructura, moderó los apetitos absolutistas del presidencialismo mexicano, acotó en silencio las insubordinaciones de sus allegados, elevó a las mujeres en máxima divisa de su proyecto transformador, restituyó al pueblo sus derechos sociales, demostró a los tecnócratas la falsía del Estado desobligado y mínimo con una súper moneda, finanzas sanas y creciente recaudación tributaria sin nuevos impuestos. Mientras, día a día sumaba a la Jefa de Gobierno a la toma de decisiones del Gabinete. Del escenario brota Claudia Sheinbaum en la figura del Estadista, permeada en el primer debate presidencial. Es una postal sumamente brillante y optimista en cuanto a ella, pero lúgubre y fría en cuanto al universo opositor que estuvo a su lado. Madura, segura de sí misma, hábil, guapa (el poder transforma), paciente, informada y formada lució como el Estadista requerido en esta transición hacia un país más incluyente, menos racista (lució morena virginal), menos clasista con la capacidad holística de reconciliarnos con lo que fuimos y somos de ese país llamado México del que hubo una vez...