Por Vladimir Rothschuh
El presidente López
Obrador mantuvo una comunicación fluida entre su gobierno y la SCJN
mientras el ministro presidente y el consejero jurídico de la Presidencia de la República
sostenían comunicación de dos vías. El jefe del Estado Nacional y le país disfrutaban del diálogo positivo.
Una vez que el responsable jurídico, Julio Scherer, dejó los nervios del
gobierno con el Poder Judicial y Arturo Zaldívar cumplió sus tiempos en la
presidencia del máximo tribunal, quedó incomunicado Palacio Nacional con su
vecino. Percibieron mal los responsables jurídicos en Bucareli sus
funciones favorecedoras de los objetivos del Gobierno de México con los
impartidores de justicia. Cualquier jurista pondera mejor los acuerdos
regulares que los estupendos pleitos. En un país señoreado por la violencia
neoliberal, un moderado izquierdista es tabla de salvación en un océano de
desavenencias. La situación se agudizó cuando las nuevas ministras
propuestas por el ejecutivo federal incumplieron sus funciones transformadoras
en el seno de la Suprema Corte. Alguien dirá que traicionaron los principios
por los que fueron propuestas ante el Senado, pero la cuestión era saber si
contaban en sus haberes con algunos valores de cambio hacia el
desmejorado Poder Judicial. Esas ministras zalameras granjeándose el
favor de Palacio Nacional y de la bancada de senadores morenos, prometieron
todo e incumplieron todo. Las ex morenistas privilegiadas por el presidente
López Obrador en la Corte, pronto se prostituyeron adaptándose felizmente al
conservadurismo virreinal de la nueva Audiencia. Desmemoriadas ahora van a
contracorriente de la democratización del Poder Judicial, comparten las
visiones neoliberales de una justicia con distingos de clase. Sin la
efectividad de Julio Scherer sabiendo comunicar los objetivos de país del
presidente López Obrador, comenzó Segob a evidenciar dificultades
ampliando desequilibrios con los impartidores de justicia debido a que
sustentaba la relación entre ambos Poderes sobre las discrepancias y no
en las harmonías. Recuperar la simbiosis que alguna vez tuvo el presidente
López Obrador con la Suprema Corte se muestra promisorio con la ministra Lenia
Batres, restituyendo ella los fusibles de diálogo, perdidos una vez sin
Zaldívar en la Corte y sin Scherer en la Consejería. Recuperar el coloquio
es posible a través de la ministra Batres ya que ha habido sororidad de parte
de la ministra presidenta Norma Piña y gran parte del Pleno también,
acogiéndola con los brazos abiertos. La identidad de la ministra Batres hacia
la Cuarta Transformación es honesta, identificarse con mejores mecanismos de
diálogo entre Poderes permitirá al Gobierno de México remontar la anomalía
comunicativa que permea en el equipo de Luisa Alcalde y que el equipo de
Ackerman no promete instalándose como asesor de Lenia en la SCJN, pues lo que acabó mal en la sucesión de Guerrero, no
debe volverse a repetir entre quienes usaron el fatuo feminismo para incriminar
al presidente López Obrador yendo a pintarrajear y quemar las puertas de
Palacio Nacional. Nadie desea y menos el Ejecutivo Federal, una agenda judicial
cafeínada por los halcones surianos cuya altanería dejo ingratos sinsabores en
la agenda de género. La restitución del diálogo desde el seno mismo de la
Suprema Corte, no obstante necesaria, es factible.