PADRE RICO II: EL PRÍNCIPE CRISTIANO

 


Por Vladimir Rothschuh El presidente López Obrador vuelve a dar otra enseñanza de humildad política cuando sentenció: “las alianzas son buenas si tienen un objetivo superior, la transformación del país, el beneficio al pueblo, cuando hay por delante un proyecto, un programa”. Dedicado a reconstruir una Nación bajo un esbozo jefaturado por los legados de Juárez, Madero y Cárdenas, hizo que Jara, Durazo, Rocha Moya, Delfina y Menchaca, aterrizaran suavemente en las gubernaturas, nada más por mencionar los reflejos de Murat, Nuvia y Eruviel, que no de Pavlovich, Quirino o Fayad, ahora diplomáticos de la Cuarta Transformación. La madurez alcanzada por décadas de lucha social hizo a López Obrador un singular Jefe de Estado, otros vislumbran a una gran esposa detrás de un gran Presidente, que logró regenerar las virtudes mexicanas hasta conseguir aquello que Juárez, Madero y Cárdenas anhelaron desde un humanismo de bienestar social y de felicidad económica. Si el presidente López Obrador abrazaba el manual de Maquiavelo, México habría retrocedido a sus épocas de ignominia política, cosechando como el echeverrismo y el salinismo, lo que sembraron a lo largo de sus gobiernos. Tiempo atrás muchos acompañaron al candidato López Obrador como el nuevo Robespierre que instalaría en el Zócalo una sangrienta cacería de ex presidentes y que iba a llenar las cárceles encarnando un nuevo Huertismo antidemocrático del Siglo XXI. El peor manual sobre quehacer político es el de Maquiavelo, diseñado por el florentino para un chico violento, matón, ambicioso y pequeño neroniano. Haz que te teman y no que te amen, fue la sentencia que mejor abrazó el hijo del Papa Alejandro VI, la conseja ha ido y venido desde hace quinientos años en las rústicas decisiones de reyes, jefes militares, cardenales y cercanamente, dictadores y jefes de Estado de Occidente. Entre esas decisiones se originó nuestro Estado Nacional bajo los borbones y el bonapartismo. Emergiendo el humanismo de Luis Vives que inmediatamente buscó darle un giro al maquiavelismo con un contra manual para un Príncipe Cristiano desgranado por Europa entre los paradigmas del catolicismo gobernante. Ni la herencia de las Tullerías, ni el cesarismo napoleónico, terminaron bien; no obstante que éste fue prototipo para que Bolívar emprendiera su gesta sudamericana y otros lo imitaran como Juan Vicente Gómez y entre nosotros, sirviera de coyuntura criolla para romper el cordón umbilical con la Metrópoli. Curiosamente el ejercicio del poder de López Obrador no se acogió a esa vertiente histórica ensamblándose un personaje atípico del gobernante oriental cristiano, que ni Hegel ni Marx creyeron medida para sus dietarios occidentalistas. La atipicidad de López Obrador hoy lo sitúa a nivel global en el segundo Jefe de Estado mejor aprobado, inalcanzada métrica de nuestro pasado y desafiante numeralia para el futuro morenista o como vaya a denominarse luego. Reflexionaba Hegel acerca de la familiaridad de Lampe, el asistente de Kant: “de tanto amarrarle las botas se creía filósofo”. Algo semejante por fortuna ocurre con quienes se consideran humanistas por el solo trato con López Obrador. Enhorabuena por el bien de la futura República y de la ciudadanía autogestiva.