SHEINBAUM Y LA HERENCIA JESUITA

 


Vladimir Rothschuh “El derecho a la educación abre otros derechos”, sentenció
durante toda su campaña y el hito lo marcó su visita al poniendo punto final en 2025 al examen de Comipems: “todos los estudiantes deben entrar a la preparatoria que le quede más cerca de su casa. Porque queremos a los jóvenes en la escuela. No queremos a los jóvenes en la calle”. El proceso será inconcluso si en la mantiene la aprobación que descansa en el mal magisterio, la futura reprobación deberá ser cero. Como Jefa de Gobierno acabó con los ninis y el espanto de la enviando jóvenes al crimen organizado y a las universidades privadas, no obstante que los que podían entrar en la educación superior pública no podían y no pueden salir debido al marasmo para alcanzar la acreditación universitaria. La con habrá de finiquitar el negocio de la educación pública y privada en las licenciaturas, cuyas titulaciones van de los diez mil a los 70 mil pesos. Esa vieja herencia jesuita, del saber elitista revivida por el salinato, afortunadamente inició su cuenta regresiva abriendo las matrículas de las Universidades Rosario Castellanos y la de la Salud, ahora prometidas a nivel nacional y aunadas a las diversas reformas educativas como la extinción del Comipems. II- La gira de y por el norte del país este fin de semana marca un giro en la transición de Fox y Zedillo y las alternancias de Calderón y Peña, habiendo patentado el neoliberalismo los vicios del Estado hegemónico con una partidocracia irredenta y las secuelas de sus posverdades. La sucesión presidencial con una mujer que consigue 36 millones de votos en las urnas, funda el anverso de nuestros 200 años de Estado Nacional y representa el mayor desafío para ordenar el paradigma tradicional de una República-Hombre con sus múltiples taras y desviaciones. Ni es Calles, mucho menos es Lázaro Cárdenas, como las no-oposiciones replican en sus derrotas morales y cuyo desentendimiento coincide en la debacle de la partidocracia nacional y la obligación de futuros actores políticos de ajustarse al nuevo país gestado sobre lo obvio de sus deslices tecnocráticos. “México ya cambió”, no es dilema entre la aceptación o negación conservadora, es un crédito a su ceguera.