RUBÉN DARÍO EN MÉXICO

 



 

 

Por Vladimir Rothschuh

 

 

Rubén Darío es invitado a los festejos del centenario de la Independencia por Justo Sierra a sugerencia de Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes; su hermano Max, lo recibiría en La Habana a su llegada de Francia y en tránsito hacia Veracruz. Las frases elogiosas de Max, más musicólogo que experto en poesía como su hermano Pedro, así como las atenciones de Alfonso Cravioto, como representante del Ateneo de la Juventud, enmarcan la visión e influencia del dominicano en el albor cultural del México moderno: como apostó por Rubén Darío en los festejos del siglo, igual apostaría por Salomón de la Selva, recomendado suyo ante José Vasconcelos y de inmensos frutos literarios para esas generaciones volcadas como Alfonso Reyes, nieto de un arriero nicaragüense. Es el sino de Henríquez Ureña en el ceñido de las formas grecorromanas y de ese muralismo cuyas paredes públicas cedería Vasconcelos y que más tarde cuestionaría en los términos de la visión de los vencidos que plasmarían Rivera y Orozco. Los hados quisieron el propósito de la historia invertida para Nicaragua y México: los conservadores de allá fraguaron el golpismo con los gringos contra el general Zelaya y los progresistas mexicanos depusieron aquí el conservadurismo del general Díaz. Entrambos tiempos Rubén Darío literalmente navega de Francia a México y Nicaragua: quien lo apoyaba para representar las letras castellanas en el centenario de Independencia, fue depuesto y el que lo recibiría es echado bajo la consigna revolucionaria de no reelección maderista, donde figuraba el poeta Solón Argüello, un leonés nicaragüense como Darío que siendo secretario particular de Madero ejercería influencia decisiva y cuya semblanza rescatada lleva el mérito de Beatriz Gutiérrez Müller. En Nicaragua Solón es la figura del soldado desconocido: revolucionario mexicano y fusilado junto al demócrata Madero. Este soldado desconocido se muestra ignorado en los nichos de la Catedral de León que resguardan los restos de Rubén y Salomón.  Es una pena que la Biblioteca Solón Argüello ofrecida por el gobierno del presidente López Obrador para Nicaragua, haya sido inadvertida. El peso cultural de Pedro Henríquez Ureña y de Alfonso Reyes sobre el general Reyes y Justo Sierra, era notorio, no  el político; de lo contrario no habría sido desairado Rubén Darío en las costas veracruzanas donde soltaría una sentencia monárquica sobre Hernán Cortés, las naves quemadas y el corazón sembrado en México. Henríquez Ureña no se apersonó  a recibir al Príncipe de las Letras Hispanas, envió a Cravioto a endulzarle las horas con la generosidad de Justo Sierra tasada con quinientos dólares en aras del desagravio, felizmente aceptados por Rubén para derrocharlos en La Habana. Las horas incumplidas de Darío en la Región más Transparente, las acicaló como Alexander von Humboldt en Xalapa que también enamoró a Pedro Henríquez Ureña exaltando su aroma, colorido y temperatura, según refiriera en su correspondencia privada a Alfonso Reyes.