Por Vladimir Rothschuh
La presidenta Sheinbaum
amanece todos los días con respuestas para su ejercicio de gobierno por parte de ajenos
que pelotean un muégano donde caben periodistas, redes sociales y políticos. Como mexicanos tenemos el remedio para los asuntos de los demás, nunca de los
propios. Y esos trastornos particulares los causan el clima, padres, pareja, hijos, vecinos y amigos; cargarle la culpa al resto es una
habilidad monumental en la que va la “suerte”. Pero en ese mundo blanco y negro, hay una figura que también es
la salvación y se llama La Presidenta Claudia Sheinbaum. Porque es ella como la
matrona nacional, la Tonantzin, de quien se esperan milagros, nomás de puros
ruegos y de suponer que lo que los demás necesitan, ella lo conoce; este es su
verdadero don asignado. Donald Trump es el reciente punto colectivo que agenda
esas energías y de cómo ha de actuar la
Presidenta de México. Todo mexicano conoce a Trump de cabo a rabo, con qué pie
se levanta, el color de sus sábanas, sus gustos alimenticios, la fobia a
contraer bacterias, la rosácea, su alopecia, su palo de golf favorito y demás
pasiones de Mar-a-lago. Todos los opinadores saben más sobre el futuro
inquilino de la Casa Blanca que nuestro equipo presidencial o la mismísima Melania.
Hace unos lustros esa “sabiduría” se la auto arrogaban los medios de
comunicación que habían alcanzado el título de Cuarto Poder y que llevó a muchos
intelectuales a preguntar ¿y quién los designó Poder para juzgar y sentenciar? Melania Trump relata los tiempos difíciles que
vivió en la Casa Blanca cuando una periodista dijo que su hijo Barron era
autista nomás porque “odiaba a Donald”. Usualmente esos de-constructores son propensos
al alcohol, drogas, violencia familiar, abuso de pareja, y en el menor de los
casos, posanalfabetas, pero se asumían juzgadores cotidianos en radio,
televisión, prensa y ahora en redes. Cuando la circunstancia se invertía porque
el dueño del medio robó a su abuelo o a su padre o era un proxeneta de guante y
cuello blanco, entonces llamaban despiadados e inhumanos a sus críticos. A
partir de las redes sociales el Cuarto Poder se derrumbó, dejó de ser el
propietario de la diatriba, odio,
sexismo y racismo, en otras palabras de la cultura de la negación. Porque no
son las redes sociales las detentadoras de dicho negacionismo cuando la regla
era que solamente las malas noticias eran buenas noticias. Y el triunfo de
Trump es el mejor pretexto para hacer de la infodemia y la mentira un páramo
oscuro donde México no tiene escapatoria, para deleite de medios y redes. La sentencia de que “si no tienes nada bueno
que decir, mejor calla” fue tomada al pie de la letra por la prensa y está
vigente en las redes: hacerla de heraldo infausto es una “ecpatía” infelizmente
ensordecedora. La vacuna de la
presidenta Sheinbaum frente a los sabios del colectivo es el método de su
formación científica, le evita desorden y despilfarro que diluyen los enfoques
y objetivos. La presidenta Sheinbaum supo atraer talentos nuevos como
Altagracia Gómez o renovar de lo que ya no resonaba en su desempeño presidencialista:
desde Sedema, Tlalpan y CDMX, su inner circle no es el mismo. La presidenta
Sheinbaum como científica, la verdad absoluta es una posverdad que anula el
proceso y alimenta la cultura de la
negación en la que están frecuentados Trump, medios y redes. La ensoñación
mexicana deja de ser un asunto meramente nuestro, Álvaro de Campos lo anunciaba:
“en este instante un millón de cerebros como el mío, tienen la solución a los
problemas del mundo”.